“¿Conoces el país donde florece el limonero, centellean las naranjas doradas entre el follaje oscuro, una suave brisa sopla bajo el cielo azul, y hallar se puede al silencioso mirto y al alto laurel? ¿lo conoces acaso?¡Hacia allí, hacia allí quisiera yo ponerme junto a ti, amado mío!” (Goethe)
“Kennst du das Land, wo die Zitronen blühn, Im dunkeln Laub die Gold-Orangen glühn, Ein sanfter Wind vom blauen Himmel weht, Die Myrte still und hoch der Lorbeer steht? Kennst du es wohl? Dahin! dahin Möcht ich mit dir, o mein Geliebter, ziehn.” (Goethe)
Al amanecer voy al huerto que hay junto a mi casa y me siento justo en el borde del bancal a contemplar los almendros, los olivos y las bellas montañas que se ven allá a lo lejos.
Mi padre me reprende porque cree que no debo perder el tiempo en esas cosas, sino dar de comer a los animales y preparar los utensilios para marchar al campo a trabajar, pero yo no puedo olvidar ese momento del día en que, durante unos segundos, todos los animales de la finca aguantan la respiración mientras los primeros rayos de sol asoman tras las montañas.
Nuestra casa es pequeña, la construyó mi bisabuelo, no hay mucho sitio donde dormir, mis abuela y yo lo hacemos en un camastro muy cerca del hogar y mis hermanos pequeños duermen en el otro lado de la habitación junto a mis padres.
“llar tancat” a Capocorb vell. Dibujo extraido del libro
“Cases de possesió” de García Iniesta y Oliver Sunyer
Por eso, este invierno, mi padre y el “mestre d’obres” del pueblo empezaron a construir nuevas habitaciones y una sala con un portal de piedra muy grande que miran hacia el sur. Yo estoy contenta porque así podré ver el amanecer desde la entrada de casa, y quizás entonces dejen de regañarme.
Dicen en el pueblo que somos ricos, pero a mí no me lo parece; que mi padre ha heredado unas tierras y que por eso ahora está construyendo un portal enorme, con unas piedras de marés que no sé de donde las trajeron, pero tuvo que ser con carro por lo mucho que pesan.
Me gusta ver como los hombres levantan las paredes de la nueva casa colocando los pedruscos de uno en uno, y como entre cada hilera van echando el barro que yo y mis hermanos amasamos el día anterior.
Ayer mi abuela encaló de rojo el portal, dice que el cura así se lo exigió, pero yo no entiendo bien porqué.
Cuando las paredes tengan la altura suficiente cubrirán la casa con unos tablones de madera y unas tejas que trajeron de una “teulera” de Inca.
Pero hoy el “mestre d’obres” está enfadado conmigo y no me deja ayudar. Todo porque hace unos días, mientras los hombres andaban ocupados en levantar la pared principal, y uno de ellos quiso llevarse unas piedras de la casa circular, yo me eché a llorar y a gritar para que no lo hicieran.
Restos del muro talaiótico del yacimiento de Cas Eixamer i des Puig,
Alzado y planta de un Talaiot
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Yo la llamo la casa redonda, está a unos cuantos pasos de mi propia casa, a un lado del camino. Deberíais verlas, está construida con unas piedras muy grandes.
Algunas noches de invierno, mientras cenamos junto al hogar, mi madre cuenta historias sobre los gigantes que la construyeron. El maestro del pueblo se enfada mucho cuando se entera.
Dice que esas piedras llevan miles de años aquí y que eso no es obra de ningún gigante sino de nuestros antepasados que llegaron de unas tierras muy lejanas donde aprendieron a construir así.
A veces, cuando nadie me mira, atravieso el portal y me quedo en el interior un rato. Barro un poco el suelo con una rama, arranco las hierbas que crecen en las juntas de las piedras, y me siento en el centro de la sala; entonces noto como el vello se me eriza y me entran ganas de llorar.
Si cierro los ojos y pongo mucho empeño, veo a las mujeres y a los niños de otro tiempo calentándose alrededor de el fuego, comiendo o jugando, paseándose y pisando la hierba como yo lo hago todos los días.
Porque yo sé que cuando esté muerta y los hijos de mis hijos también hayan muerto, otras personas vivirán en la casa que hoy estamos construyendo, quizás vengan de otras tierras, quizás no hablen la misma lengua que hablo yo,
pero cuando se encuentren entre estas paredes de piedra y barro, y cierren los ojos durante un rato, me imaginarán sentada junto al portal rojo mirando las montañas y el mar, tan lejos.
“Aqui es fácil todavía distinguir el sonido armónico y separarlo de lo espúreo, del ruidoso caos, y se nos permite viajar sin esfuerzo a un paraíso original todavía próximo, para el que los milenios son instantes”.
“la casa popular mallorquina” Carlos Garcia -Delgado Segres
Empezamos el año 2015 con un nuevo proyecto de restauración sostenible y decoración en Mallorca. Se trata de una casa antigua de la zona de Es Raiguer, una casa de más de doscientos años – una parte de la casa incluso más antigua-.
Al otro lado del camino hay un yacimiento talaiótico, y sin duda existe una relación entre las enormes piedras de los talaiots y las paredes de las casa antiguas.
Esta casa hace unas décadas sufrió algunas restauraciones poco adecuadas como la de la fachada principal revocada con cemento y pintura plástica, las vigas de hormigón en el porche o el revestimiento de cemento en las paredes del interior.
La casa es preciosa y nada más empezar nos ha dado una alegría: debajo del cemento y la pintura plástica que cubrían el portal de marés ha aparecido un encalado antiguo de color almagre.
En fin, como decíamos ayer, muchas casas mallorquinas se encalaban con color y aquí está la prueba.
Como ya os contamos a través de la fotografía en #Houses_we_would_love_to_restore entre todos hagamos un esfuerzo por conservar este rico patrimonio arquitectónico del que gozamos en Mallorca.
Texto: Marie-Noëlle Ginard
Fotos: Robert López Hinton
Abril 2015